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domingo, 24 de octubre de 2010

Ocultó la NASA el hallazgo de ruinas sobre la Luna?

¿Conspiranoia excesiva o el encubrimiento del siglo? Ex empleados de la agencia espacial norteamericana afirman haber visto y tener evidencias de que la serie de misiones Apolo tenía el fin concreto de estudiar edificaciones fotografiadas por sondas no tripuladas.
“Edificios en ruinas; edificios en la superficie de la Luna; edificios aparentemente de una gran antigüedad. Pero, ¿quién los había levantado? Nosotros, los humanos, obviamente no. Solo quedaba una respuesta: esta era obra de una civilización no humana”.
Juan José Benítez, periodista e investigador español (Del programa televisivo “Planeta Encantado”)

Poco después de que el módulo “Águila” se posara sobre la superficie de la Luna en julio de 1969, la frecuencia cardíaca de Neil Amstrong se aceleró a 160 pulsaciones por minuto.



Según la NASA, el corazón del astronauta se veía exigido por la recolección y el traslado de piedras hacia el módulo lunar. 


Pero a cuatro décadas del primer alunizaje, otra versión cuestiona el verdadero origen de la excitación que sufrieron los astronautas de la misión Apolo poco después de su llegada.
Una versión de la historia mucho más oscura y escalofriante. “No fue el insignificante peso de las rocas lo que precipitó el corazón de Amstrong, fue la visión de aquel edificio”, asegura el escritor J.J. Benítez en la serie televisada “Planeta Encantado”.

Según Benítez, el verdadero motivo de las misiones “Apolo” consistía en documentar lo mejor posible ciertas construcciones que habían sido fotografiadas con antelación por satélites americanos no tripulados. “Todo estaba minuciosamente programado”, relata el investigador.

Desde que el Apolo 11 regresara airoso de su titánica proeza, muchos altos responsables de las misiones lunares dejaron entrever la existencia de un hallazgo de magnitud espectacular, voluntariamente omitido por la agencia espacial norteamericana a la prensa internacional.

“Nuestros astronautas observaron ruinas de ciudades lunares, pirámides transparentes, bóvedas y dios sabe qué más”, cuenta el ex asesor científico del Apolo 11, Richard Hoagland.

“Los astronautas también trajeron de regreso algunos productos artificiales, cuyas tecnologías ya fueron utilizadas por Estados Unidos, Rusia, China, India y Japón”, dice Hoagland. “Los norteamericanos trajeron de regreso a la Tierra un secreto sorprendente, descubierto durante la permanencia de los astronautas en la Luna. Y mantuvieron en confidencialidad este secreto durante muchos años”.

Por su parte, el periodista español Pepe Ortiz confesó que el ex jefe de telecomunicaciones del Apolo 11, el ingeniero norteamericano Alan Davis, también había hecho referencia a los supuestos materiales selenitas referidos por Hoagland. “Tienen restos de esas ruinas y la han analizado. Las tiene la NASA”, asegura Ortiz en el programa televisivo Cuarto Milenio. “Alan Davis me lo dijo”, agrega.

20 DE JULIO DE 1969: LO QUE NUNCA SE VIÓ

Situada en el archipiélago de Antigua, la base a cargo del ingeniero Alan Davis se ocupaba de retransmitir la señal proveniente del Apolo 11 hacia la base de Houston, en EE.UU. La existencia de un retraso de 10 segundos en la transmisión permitía a Davis cortar la señal ante cualquier eventualidad, antes que esta llegara a la pantalla de televisor de millones de personas alrededor del mundo.

En pocas palabras, absolutamente nada de lo que la NASA quisiera omitir durante el viaje del Apolo 11 llegaría a los ojos de los televidentes.

Los segundos de retraso con la base de Houston fueron efectivamente aprovechados cuando Davis decidió censurar la transmisión de la señal, después de que aquellas ruinosas instalaciones selenitas hicieran aparición en la pantalla de su monitor. 



De esta manera, los auténticos fines y resultados de la misión Apolo 11 iban a quedar a la sombra de la opinión pública durante casi cuatro décadas.

Sin embargo, aquella valiosa información terminó por colarse de la mano de muchos de los mayores personajes implicados en el encubrimiento. 



En particular, el propio Alan Davis, quien, después de su retiro decidiera pasar los últimos días de su existencia en España, iba a convertirse en una de las piezas clave para revelar el secreto espacial. “

Podría ser una civilización que existía en la Luna mucho antes de que llegaran ellos”, narraba Davis muchos años después, acerca de aquel 20 de julio de 1969. “Había ruinas que no podían ser rocas una encima de la otra; había huecos que podían se ventanas o puertas”.

“No había un muro solo. Tenía varios portales. Unos empezando al nivel de un metro desde la superficie, que podrían ser ventanas, y otros más anchos, bajando hasta el nivel de la tierra, que podrían ser puertas”.

LAS FOTOS DE LA POLÈMICA

Ken Johnston, ex director de la Sección de Conservación de Fotos del Laboratorio de la NASA, fue otra de las personas que sacudió a la comunidad científica cuando declaró abiertamente que muchas de las fotos de la misión Apolo habían sido alteradas antes de su publicación, y que muchas otras se habían ordenado para la destrucción.

Según Johnston, en muchas de ellas se puede observar claramente cómo ciertos monolitos y otras construcciones han sido borradas de las fotografías torpemente con una cuchilla y un aerógrafo, sometidas a un tratamiento que jocosamente el mismo apodaba como el “Photoshop” de aquellos tiempos. 



En muchas otras imágenes, mediante el uso de software gráficos, cientos de aficionados creen poder “recuperar” visualmente estructuras que han sido oscurecidas antes de que la NASA decidiera difundirlas.

El cuestionado Richard Hoagland, asesor científico durante Apolo, hace incisión sobre los múltiples “arcoiris” que aparecen en multitud de imágenes lunares. 



De acuerdo con Hoagland, este efecto es causado por las cúpulas de cristal que se hallan sobre el satélite, todas pertenecientes a una civilización extraterrestre desconocida.

“En la Luna no hay agua, no hay atmósfera; no hay impurezas que se cuelen en el cristal y lo hagan frágil. Así que en la Luna el cristal es un material estructural” dice Hoagland. “Cuando construyes edificios de cristal en la Luna, son 20 veces más fuertes que el acero”.

Otro personaje clave en la polémica de la imágenes sería el sargento de la Fuerza Aérea de los EE.UU Karl Wolfe, quien se habría desempeñado en una base de Virginia como archivador de fotografías obtenidas por el Lunar Orbiter.

Según Wolfe, en la base tuvo la oportunidad de apreciar muchas imágenes controvertidas, pertenecientes al lado oscuro de la Luna. “Figuras geométricas, torres, construcciones esféricas de gran altura y estructuras parecidas a platos de radar, pero de proporciones colosales”.

Fuente: La Gran Època

LA LUNA Y EL SECRETO DE NASA - CONSTRUCCIONES EN LA SUPERFICIE

Años antes de que el hombre llegara a la luna Nasa ya había estado tomando fotografías en 1967 de la superficie lunar con uno de sus satélites, ellos ya sabían lo que había antes de el alunizaje en 1969 los tres astronautas llevaban instrucciones de la toma de muestras y medidas de construcciones y vestigios que existían en la luna y digo existían porque años mas tarde todo eso fue destruido por instrucción del gobierno norteamericano.

Por supuesto que se trajeron lo que consideraron podía servirles. Estas solo son algunas fotos que durante casi 40 años ocultaron o algunas las truquearon y fueron mostradas al mundo.

Ruinas en la Luna

Objeto Desconocido
Objetos sobrevolando a los Astronautas

Fuente: Tiempos de Noè

La prueba de la hipótesis de un Universo Holográfico

En 2008, el astrofísico de partículas del Fermilab, Craig Hogan, hizo algo de ruido con una asombrosa proposición: El universo 3D en el que parece que vivimos no es más que un holograma.
Ahora se está construyendo el reloj más preciso de todos los tiempos para medir directamente si nuestra realidad es una ilusión.

La idea de que el espacio-tiempo puede no ser completamente liso – como una imagen digital que se pixela cada vez más conforme la aumentas – ya había sido propuesta anteriormente por Stephen Hawking y otros.

Las posibles pruebas de este modelo aparecieron el año pasado en un incomprensible “ruido” que plagaba al experimento GEO600 en Alemania, el cual busca ondas gravitatorias procedentes de agujeros negros.

Para Hogan, este ruido sugería que el experimento se había topado con el límite inferior de la resolución del espacio-tiempo.

La física de los agujeros negros, en la que el espacio y el tiempo se comprimen, proporciona una base para las matemáticas que demuestran que la tercera dimensión puede que no exista.

Físico del MIT Sam Waldman en el laboratorio de láser en la holometer se está construyendo.
En este cómic bidimensional del universo, lo que percibimos como una tercera dimensión sería realmente una proyección del tiempo entrelazado con la profundidad. De ser cierto, la ilusión puede que sólo se mantenga hasta que el equipo se haga lo bastante sensible para hallar sus límites.

“No puedes percibirlo debido a que nada viaja más rápido que la luz”, dice Hogan. “Esta visión holográfica nos da el aspecto que tendría el universo si estuvieses sentado en un fotón”.

No todo el mundo está de acuerdo con esta idea. Sus bases están formadas por matemáticas más que por datos puros, como es habitual en la física teórica.

Y aunque un universo holográfico podría responder muchas preguntas sobre la física de los agujeros negros y otras paradojas, se enfrenta con la geometría clásica, que demanda un universo liso, con caminos continuos en el espacio-tiempo.

“Por lo que queremos construir una máquina que sea la medida más sensible jamás realizada del propio espacio-tiempo”, comenta Hogan. “Eso es el holómetro”.

El holometro lleva el nombre
del instrumento de un
investigador del siglo 17.
El nombre “holómetro” se usó por primera vez para un dispositivo de investigación creado en el siglo XVII, un “instrumento para tomar todas las medidas, tanto en la Tierra como en los cielos”.

Hogan sintió que encajaba bien con la misión de su “interferómetro holográfico”, que actualmente está siendo desarrollado en el mayor laboratorio de láser del Fermilab.

En un interferómetro clásico, desarrollado por primera vez a finales del siglo XIX, un haz láser en un vacío impacta en un espejo conocido como divisor de haz, el cual lo rompe en dos.

Los dos haces viajan en ángulos diferentes todo el camino a lo largo de dos tubos de vacío antes de impactar en espejos al final de los mismos y rebotar hacia el divisor.

Dado que la luz en el vacío viaja a velocidad constante, los dos haces debería llegar al espejo exactamente al mismo tiempo, con sus ondas sincronizadas para volver a formar un único haz.

Cualquier vibración que interfiera cambiaría la frecuencia de las ondas a lo largo de la distancia viajada. Cuando retornan al divisor, ya no están sincronizadas.

En el holómetro, esta pérdida de sincronización tiene el aspecto de una agitación o vibración que representan movimientos en el propio espacio-tiempo, como la poca claridad de la radio que llega en un ancho de banda muy pequeño.

La precisión del holómetro indica que no tiene que ser grande; con 40 metros de longitud, sólo tiene una centésima parte del tamaño de los actuales interferómetros, los cuales se usan para medir ondas gravitatorias procedentes de agujeros negros y supernovas.

Aunque debido a que las frecuencias del espacio-tiempo que mide son tan rápidas, tendrá que ser más preciso en intervalos de tiempo muy cortos, unos siete órdenes de magnitud mejor que cualquier reloj atómico actual.

“Las sacudidas del espacio-tiempo tienen lugar millones de veces por segundo, unas mil veces más de lo que tu oído puede escuchar”, dice el físico experimental del Fermilab Aaron Chou, cuyo laboratorio está desarrollando prototipos para el holómetro.

“A la materia no le gusta agitarse a esa velocidad. Podrías escuchar frecuencias gravitatorias con unos auriculares”.


Diseño conceptual del holómetro de Fermilab
El truco, dice Chou, está en demostrar que las vibraciones no proceden del instrumento. Usando una tecnología similar a la de los auriculares con cancelación de ruido, los sensores externos al instrumento detectan las vibraciones y sacuden el espejo a la misma frecuencia para cancelarlas.

Cualquier agitación restante a mayor frecuencia, proponen los investigadores, será prueba de un espacio-tiempo difuso.

“Con los largos brazos del holómetros, estamos aumentando la incertidumbre del espacio-tiempo”, señala Chou.

Al equipo de Hogan le gusta tanto la idea del holómetro que han decidido construir dos. Uno sobre el otro, de forma que las máquinas puedan confirmar las medidas de la otra.

Este mes, han logrado con éxito construir un prototipo de 1 metro del brazo de 40 metros, donde soldarán las partes del primero de los brazos de vacío.

Hogan espera empezar a recopilar datos el próximo año.

“La gente que trata de unir la realidad no tiene datos, sólo un montón de maravillosas matemáticas”, dice Hogan. “La esperanza es que esto les dé algo con lo que trabajar”.

Fuente: Symmetric Breaking

VIVIMOS EN UN HOLOGRAMA ?

El detector de ondas gravitacionales GEO 600, de Hanóver, en Alemania, registró un extraño ruido de fondo que ha traído de cabeza a los investigadores que en él trabajan.

El actual director del Fermilab de Estados Unidos, el físico Carl Hogan, ha propuesto una sorprendente explicación para dicho ruido: proviene de los confines del universo, del rincón en que éste pasa de ser un suave continuo espacio-temporal, a ser un borde granulado.

De ser cierta esta teoría, dicho ruido sería la primera prueba empírica de que vivimos en un universo holográfico, asegura Hogan. Nuevas pruebas han de ser aún realizadas con el GEO 600 para confirmar que el misterioso ruido no procede de fuentes más obvias.

Según Hogan, “parece como si el GEO600 hubiese sido golpeado por las microscópicas convulsiones cuánticas del espacio-tiempo”. El físico afirma que si esto es cierto, entonces se habría encontrado la evidencia necesaria para afirmar que vivimos en un gigantesco holograma cósmico.

La teoría de que vivimos en un holograma se deriva de la comprensión de la naturaleza de los agujeros negros y, aunque pueda parecer una teoría absurda, tiene una base teórica bastante firme.

Los hologramas de las tarjetas de crédito y billetes están impresos en películas de plástico bidimensionales. Cuando la luz rebota en ellos, recrea la apariencia de una imagen tridimensional. En la década de 1990, el físico Leonard Susskind y el premio Nobel Gerard ‘t Hooft sugirieron que el mismo principio podría aplicarse a todo el universo.